Era una estancia prácticamente
diáfana.
En el
centro presidiendo, había una inmensa alfombra blanca que
soportaba una bañera con pies.
Como única iluminación? los cientos de
velas de distintos grosores y tamaños que allí alumbraban.
Una enorme ventanal con arco de casi hasta el suelo,
hacía de punto de unión con el exterior, ese y el sonido del
viento cantando en otra noche cerrada.
Este ritual que empezaba una noche más, la
enamoraba, no importaba lo que hubiera traído el día, ese momento era suyo y
en él se deleitaba con tanto placer, que más parecía que se entregaba a su
amante,
Y en cierto modo así era.
El protocolo para romper por minutos el hechizo exigía que desde la puerta
ya dejara caer la última prenda que la cubría.
No había música,
el silencio la envolvía con su inmensidad y así, deslizándose etérea, se
presentaba ante aquel inmenso espejo de marco plateado, que miraba
mimoso entre brumas de vapor sus curvas, deteniéndose primoroso en aquellas
líneas y admirando sus andares.
Después sabiéndose admirada, flotaba en aquella balsa transparente y
vaporosa, que ansiosa la esperaba.
Extendía sus cabellos por el agua y se dejaba
arrullar por no sé qué melodías, que solo se entonaban para ella.
Cuando salía... brillaba y millones de gotas en
señal de despedida, marcaban un recorrido eterno por todo su cuerpo
lamiendo por última vez su piel.
entonces, nuevamente volvía frente a
él, y parándose ante sus ojos de cristal le dejaba esa muda pregunta, De…
hasta cuándo?
Y que el jamás podía contestar.
Entonces... si aquello no era
suficiente, para romper el hechizo, lo tocaba.
Pasaba exquisitamente sus dedos por
la superficie fría y con una mueca picara desaparecía por unos instantes para
volver a aparecer ante él con un delicioso camisón de seda que calzaba en su
cuerpo, provocando por fin con ello que una vez más el pudiera atravesar
ese mar de mercurio por unos instantes y la abrazara.
Ella se acurrucaba en su hombro, y por
esos escasos segundos el cambiaba la frialdad del cristal por un cuerpo cálido
que la envolvía y hacía sentir mujer.
Después toda
magia desaparecía....
Una vez más, La estancia volvía
a quedar casi diáfana, en donde un gran espejo presidia junto a una inmensa alfombra blanca y en cuyo centro una bañera de pies vacía
descansaba.
FIN.
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